A raíz de los atentados terroristas del 17 de agosto de 2017 en Barcelona, donde una furgoneta arroyó a decenas de personas en las Ramblas, la calle con mayor densidad de peatones y turistas de la ciudad, matando a 13 de ellas, se dio la circunstancia de que diversas personas que estaban allí decidieron grabar o emitir en redes sociales el dantesco escenario que quedó tras el atropello mortal.
Sus grabaciones o emisiones recogieron las imágenes de las víctimas, el estado de shock generalizado, los cuerpos tirados en la calle, sangre, desolación, personas que necesitan ayuda, otras que prestaban ayuda, presencia policial… y en medio de todo este caos, la persona/reportera (de guerra) que móvil en mano toma la decisión de grabar o emitir lo que está viviendo.
Los medios de comunicación, sorprendidos en una calurosa tarde estival de agosto y –seguramente– cargados de becarios o de redactores de guardia en pleno período vacacional, llegan con posterioridad al lugar de los hechos, una vez que la policía ya impide el acceso a la escena. Por tanto, las primeras imágenes que emiten los medios además de sus unidades móviles son las recogidas en las redes sociales, aquellas que los ciudadanos decidieron grabar y colgar. Con esos documentos gráficos y sonoros visten sus flashes informativos, nutren sus reportajes de estudio y comentan lo sucedido intentando contrastar informaciones con la ayuda de expertos extirpados de sus lugares de descanso y con conexiones a las unidades móviles destacadas en las salas de prensa de las instituciones.
El nuevo medio social pertenece al ciudadano
En pleno siglo XXI el peso de los medios de comunicación, el rol de los periodistas y el comportamiento de la audiencia han cambiado. En este momento conviven dos modelos muy identificables de medios de comunicación, los tradicionales (prensa, radio, cine y televisión) e Internet, con el protagonismo de las redes sociales. Existen diferencias muy marcadas entre unos y otros:
- El tradicional está constituido por la capa profesional de la explotación de la información. El nuevo lo constituye la capa de la gestión social de la información.
- El tradicional se rige por sus propias motivaciones, da cuenta a los grupos de interés que los financian y persigue sus propias metas mientras informan o entretienen; a través de las redes sociales, los ciudadanos simplemente son usuarios y emiten bajo su propio criterio.
- En el modelo tradicional existen profesionales formados en el fundamento, la teoría, los formatos y las técnicas de comunicación e información, acotados a un libro de estilo, contenidos por unas pautas deontológicas de la profesión y sometidos a la dirección del medio. En el otro modelo, está el ciudadano armado de un móvil, su cuenta en redes sociales y su plan de datos.
- Uno es profesional, el otro es amateur.
- Uno está compuesto por unos cuantos medios o grupos de medios y un número cada vez más escuálido de profesionales en plantilla; el nuevo modelo lo forman millones de personas que circulan las 24 horas al día con la capacidad de emitir y grabar y la única recompensa del gusto por hacerlo.
- Los medios tradicionales sólo publican hechos que, bajo su criterio, consideren noticiables o en las que haya algún interés económico o de opinión. Los ciudadanos son sensibles desde las cosas más íntimas y pequeñas de su cotidianeidad hasta las más grandes de las que puedan formar parte, siempre guiados por su criterio.
- Los medios tradicionales pertenecen a las empresas, los nuevos medios a las personas.
Condenar al ciudadano/reportero
Estos días se ha abierto un debate en las redes y en los medios entorno a si se han de grabar o emitir sucesos como el de Barcelona y volcarlos a la red o bien –si te toca vivirlo– concentrarse en ayudar a las víctimas o colaborar en el restablecimiento de la normalidad. Creo que no hay una respuesta fácil y que todas las que podamos elucubrar pecarán de la comodidad de ser concebidas desde un sofá, tomando algo en un bar o de tertulia con amigos. Creo que hay que estar en el momento y ver cómo actuaríamos cada uno de nosotros ante la necesidad y el hecho.
Algunos ayudarán, otros correrán a esconderse, otros lucharán, otros se desmayarán y se sumarán al problema o se paralizarán frente al horror. Y otros grabarán o emitirán. Condenar a estos últimos ciudadanos de a pie de optar por emitir o grabar creo que no es justo, ya que ellos también forman parte del tejido social que permite al resto acceder a una visión real y directa de la información que el los medios tradicionales pueden no llegar a tener o no llegar a emitir, por las razones que sean. Además, hoy la audiencia se alimenta tanto de un medio como de otro y forma su diégesis o entorno de realidad a partir de ambos.
Propiedad y responsabilidad
En cualquier caso, como sociedad y como individuos estamos viviendo en una era en la que el medio Internet nos pertenece, tenemos los dispositivos, la tecnología y disfrutamos del acceso a canales de ámbito mundial, unos canales que serán utilizados cada vez más y más.
Cada derecho conquistado, no obstante, tiene aparejados sus deberes. Así, junto con la “propiedad” del medio cabría pensar en la «responsabilidad» asociada a hacer un buen uso de él. En este sentido, y a la luz de hechos como éste, se pueden plantear muchos escenarios, desde el de la ausencia total de cualquier criterio del ciudadano/reportero (que no tiene por qué tener ninguno, ya que no es un profesional) a la necesidad de formar a través de campañas públicas de concienciación a la ciudadanía en el uso correcto de los dispositivos, las emisiones, lo que se informa, el respeto a las víctimas y a su privacidad, entre otros. Un ejemplo de este tipo de acciones –si bien dirigida a los medios y sus profesionales– es la oportuna “Recomendación sobre la cobertura informativa de actos terroristas” publicada en su web por el Col·legi de Periodistes de Catalunya con motivo de los atentados.
Creo que, por defecto, el ciudadano que decide emitir la noticia que está viviendo tiene que estar apoyado en su acción. Una buena manera de hacerlo es la divulgación y la formación en campañas publicas, de tal manera que el primer apoyo sea la consciencia de unos parámetros que guíen su criterio para hacerlo lo mejor posible. Si duda, se trata de un gran reto y de una gran meta que todos los que formamos parte activa de las redes sociales tenemos por delante.
En cualquier caso, considero que una sociedad en la que millones de personas se involucran, participan y se implican en cualquiera de sus tareas –como, en este caso, la generación de información– sólo puede conducir a la mejora de los modelos y al avance significativo de todo el conjunto.
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